Todos los días digerimos la guerra con una parsimonia cruel e indiferente. Miles de personas huyen desde su patria por cualquier vía que le sea posible para llegar a Europa. Una Europa que es sorda, ciega y muda con lo que le pasa a esos seres humanos, personas de carne y hueso que se aventuran al mar Mediterráneo con solamente un objetivo: sobrevivir con decencia y no morir en el intento.
Europa sin embargo descansa en su urna de cristal en un sueño imperito al mejor estilo «Bella Durmiente»; mientras la «Maléfica» guerra acaba con todo lo que se encuentra a su paso y que con una maldición que va más allá de sus fronteras; desidia social, política y humanitaria. Estados de cartónpiedra que solo valen para decorar la vidriera de la economía sin importar ser testigo de muertes de mujeres niños y hombres en la vereda de enfrente, de familias enteras, inocentes, atrapados en un bote sin remos, aventurando a la deriva su suerte.
Solo son unos pocos cientos de miles al año que tratan de llegar a esta «Europa, grande, generosa y llena de oportunidades». Unos cientos de miles que no son nada para gestionarlos entre 27 países, para darles un hogar en el cual no les lluevan metralla y sin embargo simplemente son amontonados en centros de inmigrantes para ser retenidos o deportados; la negación de los derechos humanos, de la libertad, de tener derecho al asilo político y no ser despreciados simplemente por haber nacido en el sitio equivocado o por ser de una religión o color del continente de al lado.
Suena vacío, sucio, impuro pero es mucho más ofensivo que al mirar cada día en el telediario como sufre la humanidad ver que nuestro corazón se ha vuelto frío, indiferente y contemplativo; tristemente inhumano y atroz pero más desconcertante es ver como el bombardeo de información a diario lentamente ha inhabilitado nuestros sentimientos de empatía sin apenas darnos cuenta que somos indiferentes a todo ello y olvidando que «cuando las barbas de tu vecino se estén prendiendo fuego…. Pone las tuyas a remojo».
Todos vivimos en este mundo y lo que pasa en este mundo es problema de todos. Cuanto más callamos, mas otorgamos (como verbo intransitivo), cuanto más indiferentes somos, más atroces se vuelven las injusticias y cuanto más les escapamos a los problemas, mas grandes y difíciles de solucionar se presentan. Puedo aceptar vivir en una sociedad impávida pero jamás aceptare a una deshumanizada.
Europa tiene que despertar, levantarse de su urna de cristal sin esperar que venga un flamante príncipe y lo arregle todo ya que la cosa no está para cuentos. Las Naciones Unidas bajar de las nubes y aplicarse al cuento. Y los Políticos ponerse a trabajar de verdad y dejarse de tanto cuento, así como te lo cuento!